lunes, diciembre 26, 2005

LA CONSPIRACIÓN DE LOS ESPEJOS

Lo malo de los espejos es que doblan tu imagen. Tú te acercas y, al estar frente a esa plancha de cristal azogado, de pronto ves a otro que te imita, pero al revés. Voy por la calle del Espejo de Madrid, cerca de la plaza Mayor. Una calle llena de luthiers que no son argentinos ni cantan, pero construyen instrumentos musicales al modo tradicional. Me miro en sus vitrinas, pero no estoy aún.
Un espejo es un misterio sutil, algo desconcertante si se piensa bien. En la antigüedad eran sólo de agua tranquila, de estanques y ríos lentos como la vida, en donde te podías contemplar para ver pasar todo menos a tí mismo, inmutable y a la vez, por causa de la entropía que ellos no sabían que estaba allí, te ibas deteriorando, aunque no te dabas ni cuenta. Salvo Narciso, que se cayó del susto y se ahogó el día que se apercibió de la decrepitud imparable.
Luego empezaron a hacerlos de metal pulido, en escudos y placas poco sinceras, donde las aberraciones castigaban a los coquetos. Hasta que en el siglo trece o así los empezaron a fabricar en vidrio manchado por detrás y hacia mediados del siglo diecinueve los ponían plata, u otros metales finos que corroboraran que era uno mismo quien estaba allí.
Más tarde, los espejos se fueron perfecionando a un ritmo tanrápido que hoy día se despliegan por un valle y, triangulando su efecto, llegan a reflejar el cielo más lejano, agrupando sus pedacitos por computador para que, en lugar de nuestro presente, veamos el pasado de las estrellas. Quizás el nido cósmico donde se formó nuestro padre-sol y las nubes galácticas, placentas de polvo estelar, que la Tierra usó para ser y darnos a nosotros mismos a luz.
Todos los espejos miran hacia atrás: desde un instantáneo microsegundo previo al gesto de peinarnos, al pasado remoto de miles de millones de ciclos solares en el confín del Tiempo, cuando no existía casi nada aún.
Pero ¿qué pasaría si un espejo, como esos que parecía ver Nostradamus o consultar cualquier profeta religioso, pudiera reflejar un futuro, aunque fuera incierto?. Esa terrible pregunta se hacía X cada mañana al afeitarse, lo que le llevó al estudio postcientífico de las superficies especulares, algunas reflectantes y pixeladas; otras, perversoras de la realidad, capaces de invertir la imagen, engordarla y deformarla, e, incluso, hacerla desaparecer y llevando la vida a la confusión y el caos.
No voy a referir toda las clases de espejos que contempló y por los que se dejó retratar con descaro o disimulo, incluyendo esos que te hacen filetes virtuales con positrones o resonancias magnéticas que oyeron sin escuchar su corazón. Un día descubrió la conspiración. Parecían querer estar solos, por fin. Tragarse a los humanos que los manipulaban para enviar señales al espacio y repetirse consignas terroristas desde sus teléfonos móviles y conexiones láser, clonado sueños de poseídos por el poder y mentirosos sin tino se mandaban ecos que simplificaban la realidad a su antojo, diciendo qué es el Bien y qué es el Mal, dos conceptos que los espejos, acostumbrados a no soñar ni inventar hasta entonces, no discernían. La simpleza de los espejos no cuadraba con la complejidad del cosmos, sólo entendían la moda repetitiva, los uniformes, el maquillaje de los payasos y a los políticos idiotas. El mundo se estaba complicando para ellos y empezaron a trazar un plan.
(continuará...)

1 comentario:

Irene dijo...

¡Pues que continúe!
Quiero ver que traman esos espejos...