lunes, enero 09, 2006

Metronauta en vivo: dos chicas chinas entran al vagón unidas por un cable musical (lío al sentarse, porque ambas van al mismo y los auriculares se enredan). Se ríen y siguen escuchando lo que sea, cada una por un oído (¿no han descubierto aún la estereofonía?). Parlotean en chininglis entre sí, una rara mezcolanza de idioma inglés con chino. Quizá son cada una de una región de Asia y el único modo de comprender lo que dice la otra es usar una lengua común y, como no dominan ninguna bien, utilizan ese curioso chininglis. También los africanos suelen hablar en el metro entre ellos en una mezcla de inglés, o francés (si proceden de zona francófona) y lenguas propias con palabras de español que saltan como peces fuera del agua al escucharlos. A veces, incluso usan expresiones castellanas mezcladas en un crisol extraño de acento oscuro y con sueltos en inglés o francés que parece un cómico diálogo de besugos (con mis respetos a los seres humanos que hablan entre sí en cualquier lengua real o inventada sobre la marcha, por supuesto) apenas inteligible por la demencial sintaxis y que, además, suelen hacerlo en voz alta, como si estuvieran en sitio abierto y sus voces pudieran perderse en el batiburrillo del mercado indígena. He estado en muchos de esos sitios y me encanta la algarabía de los regateos, las ofertas y las conversaciones a grito pelado, no lo digo por fobia alguna, pero cuando vas en un banco de metro leyendo tu libro, resulta un poco molesto ese tronar, aunque no me quejo, por favor, que llevamos todos unas caras de duelo al ir al trabajo que tampoco viene mal un poquito de alegría. Lo que quiero reflejar, sin embargo, es la facultad increíble que tienen las personas para hacerse entender y que llevan a inventar creolés o espanglis y todas esas modalidades mixtas de lenguas cuyos vocabularios se completan con cualquier cosa que sirva para dialogar. Sólo que nunca lo había visto hasta hoy en chicas chinas y me hizo gracia.
Aún recuerdo cuando me fui hace muchos años a pasar una larga estancia en Londres y apenas sabía inglés, lo duro que era hacerse comprender y lo divertido que resultaba hablar con italianos, por ejemplo, cuyo idioma se me hacía más inteligible, con los que tramaba la urdimbre de mis palabras en una especie de dialecto hispano-italiano-inglés de incmprensible sintaxis para cualquier bien hablado, pero que me servía para conversar en los pubs a la salida de clase. Y, sobre todo, pienso en la angustia del inmigrante de país extraño-hablante que no sabe como pedir lo imprescindible o sacar de su corazón los pensamientos y ha de crear una lingua franca imposible para todos menos para quien le entiende, que es al fin y al cabo para lo que sirven los lenguajes. Y también me acuerdo de una tonta española que en aquel primer viaje me empezó a hablar de pronto en un inglés chapurreado nada más bajar del avión, porque según dijo tenía por norma,siempre que iba de compras a Londres,dejar el español en los pasillos del aeropuerto.
¡Viva la inteligencia! -me dije y me di vuelta de inmediato para no escuchar más sandeces, dejándola con su inglés de guantutrí en la boca.
Pues eso, que viajar en Metro es como dar la vuelta al mundo.

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