martes, diciembre 13, 2005


INSTRUCCIONES PARA PONERSE SOMBRERO
Cuando uno piensa en ponerse sombrero, primero ha de imaginar qué sombrero. sobre todo en estos tiempos en que ya no se lleva nada. Uno debe cerrar los ojos y mirarse en el espejo inventado de un probador lujoso. Es conveniente haberse vestido bien, aunque sea en sueños, o al menos, sentir la elegancia sobre sí mismo, que no es otra cosa que una sensación de perfección elegida en la ropa y los accesorios. No importa qué piensen los otros, sobre todo si son horteras modernos o conservadores de esos que nunca cambian de aspecto. Vale más un esnob cuidadoso en medio de una manifestación pacifista, donde no pega talvez, pero produce un toque de distinción, como un punto azul marino flotando entre líneas verde clarito, que cientos de encorbatados funcionarios saliendo a la vez del banco o el ministerio, todos perfectos relojes con portafolios y abrigo, acogotados por la constrictor a rayas o elefantitos que le regalaron la última navidad y que les impide subir suficiente sangre al cerebro, con objeto de impedir que se equivoquen nunca y, tal cosa les conduzca al desastre de ser diferentes. porque un error de ese tipo siempre es decisivo en la vida del rompecodos, crece indiferente al dolor que causa a su víctima, exige rectificación pública, disculpas al cliente, regañina al empleado díscolo, cuyos hombros engullen el cuerpo, la corbata aprieta a sabiendas de que la pobre cabeza ya apenas consigue respirar por la angustia, el pecho se cierne en breves boqueadas hasta caer todo al estómago, que se hincha y lleva a perder la compostura. Y eso así, en cadena de dominós suicidas extiende el mal. La crisis avanza entre los cuellos blancos como una epidemia de errores, la economía tiembla y los dedos equivocan las teclas de la computadora con reacciones asintóticas inesperadas en la Bolsas.
Al final, oleadas de desesperación entre los viejitos que perdieron sus pensiones por causa de inversionistas desafortunados o sinvergüenzas en futuros que acaban como pretéritos muy indefinidos. Y nadie se atreve a decir si la culpa fue del nudo inglés, del windsor o del tresenlamano, si fueron peores las de seda italiana o las pajaritas cosidas, porque nadie piensa en el lazo tejano ni en inventar otra desatada, como la que lleva Arrabal.
Con gran regocijo de fieltros. muselinas y tafetanes, desde los ojos cerrados sin sueño, te observas con borsalino, boina, gorra rusa, copete, hongo, cofia, cordobés, y hasta capirote. Luego imaginas que te calzas uno de copa alta de esos plegables con un golpecito, un panamá que se dobla y guarda en un bolsillo, un jipijapa o castoreño, de candil y apuntado, nunca tricornio, porque la imagen del Papa ya te ha quitado las ganas y siempre que lo ves recuerdas a Garcia Lorca, que ya es mala suerte que ese benemérito cuerpo haya tenido que cargar con tal maleficio cuando siempre fueron buena gente (no preguntar nunca tal cosa a un gitano, claro, ellos nunca se llevaron bien por causas tales como gallinas y otras piezas de corral). No probar siquiera en el pensamiento con un casco militar o un quepís, m enos con el eclesiástico de canal o esos tan extraños que se poonen los purpurados llenos de puntas. Pero podría ser un yelmo de Mambrino,pues soñar como Cervantes es soñar sin tino y sin miedo al que dirán, un orgullo.
Pero, eso es sólo el comienzo. Porque una vez que te imaginas cubierto, que notas el calor de la badana de felpa y la delicada sombra que cubre tus ojos y enaltece el brillo de tu mirada, que da prestancia al conjunto de tu figura andante y seguridad al quebrado de filos flotantes, castillos de nubes,planeando junto a las alas desplegadas alrededor de tu frente y esa copa semiesférica o partida eleva tu imagen hasta el deseo de los otros. Los demás te envidiarán.
Unos porque su inseguridad les impide coronarse comunes reyes de la calle sin lanzar una mirada asesina que intimide a otros viandantes, y tu eres discreto y pacífico. Otros, porque están tan henchidos de sí mismos que explotarían si esa guinda punteara el triángulo de su soberbia, por lo que desprecian el arte de cubrirse el cráneo con otra cosa que su ego. Hay tambien quien se avergüenza del estilo y confunde sobriedad con aburrimiento, sensatez con estulticia y, de hecho prefieren la moda que sea, que es eso que siguen quienes no tienen personalidad estética.
Así que te ves en el espejo calzando un sombrero cualquiera y eliges. Te lo pones con cuidado, pero no es eso. No se trata de dejarlo caer simplemente. Tampoco encasquetarlo hasta las sienes. Cada sombrero, gorro, boina o tocado simple tiene su posiciónen cada testa y hasta la vacía barbera que era el yelmo de donquijote había que saberlo llevar como un caballero. Hay que sentirlo y encajarlo con suavidad hasta ese punto en que se nota quieto y a su gusto. Luego hay que olvidarse que se lleva. Da igual ladearlo o centrarlo, ponerlo atrás o ceñirse casi hasta el corbejón la badana si ha encontrado su lugar en tu cocorota. Y ya no hay que moverlo más, ni preocuparse de miradas o sonrisas. Lo único que importa es el viento que tiene la maldita costumbre de llevárselo al menor descuido.
Como la técnica de los fotógrafos, que se aprende y luego se deja de lado porque sería muy molesto estar siempre pensando en qué diafragma o que velocidad tienes que usar, simplemente miras la luz y el movimiento de lo que hay frente a tí y que quieres recortar del espacio-tiempo como un fragmento disecado y disparas y ya está. como dice el maestro Jordi Socias, que por cierto tiene actualmente una exposición que invito a visitar porque es gratis en la Biblioteca Nacional llamada Maremagnum, las fotos las hace el cerebro que piensa lo que el ojo ve no la cámara, que sólo es un lápiz en manos de un dibujante con luz: Para demostrar eso he puesto arriba esa foto que sólo yo he visionado en una exposición a la que han ido muchos fotógrafos, críticos, espectadores y turistas culturales. Se trata de una máscara y una estatuilla que proyectan sombras mezcladas con las mías al retratarlo; está en la Casa de Alhajas de Madrid y forma parte de Mímesis del Thyssen Bornemisza. Pero, después de esa disgresión, sigamos con los sombreros, que son un arte maravilloso en peligro de extinción a causa de esos forros polares horrorosos que han puesto de moda las películas americanas. Como en todo arte se trata de anticiparse a movimiento y esculpir la imagen maravillosa desde un silencio de sombras y colores en ese impasse que dura un clic en tu cabeza.
No necesitas recordar lecciones ni conviene pensar en tu sombrero mucho porque entonces te conviertes en su esclavo. Solo el enemigo viento debe disparar tus manos en su captura y las piernas en su pos, si es preciso correr.
¡Ah! y, por supuesto no hagas caso de aquel famoso anuncio del diario ABCen los años 40 que decía que "los rojos no llevaban sombrero", porque las mentiras se combaten con fotografías: mira a Azaña a Prieto o a Largo Caballero, por ejemplo.

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