miércoles, septiembre 27, 2006

Alberto García-Alix es un monstruo. No es un fotógrafo de lo bonito sino de lo real. Ahí está, lleno de cicatrices que parecen tatuajes pero son fotografías de sus amigos, de la vida en unas décadas que algunos encuadraron en "la movida" porque fue coetánea un ratito pero no tenía nada que ver. Era lo canalla, los rockeros en moto y chuta a veces, los desvergonzados que tenían a bien vivir sin pensar en el futuro, pero con unas caras cándidas que atraen a cualquiera que los mire tan inocentes y sencillos como son siempre los amigos. Recuerdo que aproximadamente en 1985 estuve en unas charlas-coloquio que montamos con Gómez-Rufo en el Centro Cultural de la Villa, cuando Tierno Galván gobernaba Madrid, y me sorprendió sentir que era un aficionado que no sabía hablar de sus fotos. Creo que un artista se expresa con el medio que mejor maneja, sea cámara, pincel o escoplo y no tiene que dar más cuentas. Eso es lo que podemos ver ahora, con toda la crudeza de aquellos momentos para tantos jóvenes que cayeron con la blanca o la morena. En las salas del Canal de Ysabel II de plaza de Castilla y de Santa Engracia (en el depósito ponen unos vídeos de Alberto!) se siente uno en blanco y negro y se expande.



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