miércoles, noviembre 21, 2007





El Museo Antropológico es uno de los grandes desconocidos de los muchos existentes en Madrid (Nosce te ipsum, pone en la puerta, esa frase latina de origen griego y atribuida a Sócrates que presidía el Oráculo de Delfos y significa "conoceté a tí mismo", lo mismo que Anthropos quiere decir "hombre" pues ese es el sentido de un museo así, llegar a saber quiénes somos partiendo de lo que fueron los ancestros humanos de la Tierra). En el empiza ahora una pequeña pero guapísima exposición sobre "los paraísos perdidos" el gran mito de los mares del Sur, en los que se perdieron primero Magallanes y El Cano, luego Cook y Malaspina, más tarde Gaugin, Defoe, Stevenson, Conrad, Simenon y tantos otros soñadores que buscaban un mundo nuevo papa acabar dándose cuenta de que todos los mundos de este mundo están aquí, dentro de nosotros, convertidos en mitos y costumbres diferentes pero con esa comunidad humana que está por encima de razas y religiones. Objetos de las islas del Pacífico, desde Nueva Zelanda a Pascua, de Tonga a las Carolinas, Malekula o Tahití, de la Micronesia a la Polinesia, procedentes de colecciones privadas y de museos, el arte de lo cotidiano en Oceanía. Para reflexionar sobre nosotros mismos, lo mismo que otras piezas de la colección permanente del Museo que empezó con su esfuerzo el profesor Velasco incluyendo en el gabinete de Cajal esas momias y máscaras guanches, cráneos y esqueletos, como el famoso del gigante extremeño de dos metros veinticinco que fue vendido por él mismo por 3.000 pesetas de entonces, la mitad en vida y la otra mitad para sus parientes cuando murió. Está en Atocha, frente al monumento a las víctimas del 11 de marzo y Cercanías-Renfe.

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